miércoles, 19 de marzo de 2014

Relativismo cultural

Escrito por Jairo Vladimir Sandoval Mora

El relativismo cultural gnoseológico se muestra como una etapa del rodeo antropológico necesario para superar el problema de la antropología cultural, pero a la vez, se constituye en un problema epistemológico y por tanto de toda ciencia o disciplina que pretenda versar sobre lo humano. Es claro que los aspectos biológicos que nos constituyen como especie, no bastan para explicar cabalmente nuestra “naturaleza humana”, aquella esencia que además se encuentra de forma general en todos los hombres de distintas culturas de todos los tiempos; pero acaso habría que preguntarse si verdaderamente hay tal cosa como una esencia o una “naturaleza humana” común a todos los hombres, y es precisamente esa cuestión la que pretende responder la antropología, y específicamente la antropología cultural o social la que viene a dar una respuesta, en base a la superación del problea planteado por el relativismo cultural. Ahora, veamos en que consiste éste.
La antropología cultural como su nombre lo indica, se refiere a las manifestaciones culturales de diversos pueblos u organizaciones comunitarias, es por ende complementaria a una antropología biológica en el sentido de que esta última corresponde a las generalidades fisio-biológicas del ser humano mientras que la primera a sus características específicas. Pero la antropología cultural no se limita a describir las diferencias de cada grupo cultural específico, sino que su pretensión es crear una ciencia de generalidades que explique y contenga a éstas, siendo haciendo así una labor de interculturalidad, en el sentido de que ha de captar y relacionar las diversas culturas existentes. Podemos ver que una antropología así nos habla claramente de estructuras ya dadas, elementales, constituyentes de la realidad cultural, por lo que se conforma un estructuralismo determinante del ser humano. Pero en la antropología cultural juega un papel decisivo la introducción del relativismo cultural, como una actitud del antropólogo o investigador frente a los objetos de conocimiento, es decir las culturas, que a la vez se constituyen en sujeto de su propia elaboración.
Según el relativismo, toda investigación antropológica es relativa puesto que así mismo, toda cultura es relativa a cualquier otra, esto es porque aparecen niveladas en un mismo plano de validez, al negarse la noción de progreso y por tanto del evolucionismo como manera de distinguir civilizaciones “avanzadas” de las “primitivas”.
Al ser los procesos históricos concretos que sufre cada particular sociedad determinantes para su configuración cultural, y cada uno de estos procesos históricos aparece como único e irrepetible, no puede haber punto de comparación de una civilización con otra, por no haber formado parte de las mismas circunstancias y procesos, y por ello cada grupo se haya configurado de manera particular y distinta entre sí. La comprensión de las particularidades de cada sociedad nos lleva a aceptar su condición de validez e igualdad en el sentido de que no hay una cultura mejor o peor (que la nuestra o la del antropólogo que se constituya como “sujeto”). La antropología social tal como se formó en sus inicios toma una postura un tanto despótica entonces, pues ésta surge bajo la perspectiva de los conquistadores sobre los conquistados, haciendo a estos verdaderos objetos de análisis y estudio, considerando su cultura como atrasada, primitiva, débil, etcétera, ejerciendo una relación con los otros (que no pertenecen a la “cultura occidental”) que se torna política, al ser considerados estos “superiores”, y aquellos, “inferiores”.
Pero bien, desde la negación del progreso en la historia universal para los distintos grupos culturales, se establece una igualdad extrínseca para todos, mientras que a la vez solo hay un condicionamiento intrínseco en cada grupo que marca diferencias, pero no rangos, e incluso, dentro del mismo grupo es igualmente válida esta aseveración, pues así como cada sociedad se ve particularizada por circunstancias históricas-geográficas, cada individuo a su vez posee un contexto propio que lo sitúa en una misma relatividad respecto a los demás. Claro que este punto viene a ser discutido y hasta negado, estableciendo que el hombre concreto en realidad esta determinado respecto a la estructura social en la que vive, lo cual nos lleva a un importante binomio: el hombre es libre respecto a la naturaleza y no cuenta con aquello que se llama “naturaleza humana”, es indeterminado naturalmente; y por otra parte, el hombre no es libre respecto a la cultura en que vive, pues está inmerso y sujeto a las configuraciones de ésta, no pudiendo hacer más que actuar acorde a las determinaciones socio-culturales.
El relativismo cultural tiene principalmente dos vertientes, la epistemológica y la axiológica. Dentro de la primera, el antropólogo aparece como un sujeto que para conocer y comprender las otras culturas ha de despojarse de sus criterios propios de la cultura en que él está inmerso. Es decir, no se puede analizar una cultura desde afuera, con esos prejuicios “etnocentristas”, pues entonces estaríamos aplicando categorías válidas para nuestra cultura pero que no servirían mucho para explicar una ajena. E incluso, esta actitud relativista llevada al extremo –en lo que se ha dado por llamar el relativismo dogmático—situaría al antropólogo en la condición de que su cultura es una entre tantas otras sin ningún rango de valor, y entonces tendría que empezar estudiando su propia cultura (que también es relativa) y después partir a las demás, sólo para ver que no es posible una comprensión total de una cultura desde fuera, y que se tiene que estar inmerso en el contexto de ésta para aprehenderla cabalmente, aunque esto implicaría entonces –como hace graciosamente mención el autor del texto—dejar de ser un antropólogo o investigador explicando una cultura para pasar a ser miembro de esta cultura, y por tanto ya no sería un antropólogo, cayendo en esa suerte de “canibalismo espiritual”.
Desde el punto de vista axiológico, se ve que ninguna cultura puede ser superior a otra, y por tanto no es posible hablar sobre categorías morales o éticas más válidas unas que otras. Esto situaría al investigador en el problema de entablar juicios éticos respecto a determinadas conductas de poblaciones específicas, que si para éstas pueden ser códigos morales, para el investigador y su cultura pueden aparecer como inmorales, viciando así su investigación con prejuicios éticos. La ley que se impone en el relativismo es la tolerancia, como máxima entre sujetos de culturas diferentes, simplemente el respetar las diferencias, siempre que estas no rompan con la misma ley de tolerancia, pero entonces el problema podría ser caer en una espiral de intolerancias, ya que se exige no ser tolerante con aquello que rompe “el marco de convivencia”, y así se puede suceder de intolerancia a intolerancia.
Como se ve, esos son los principales problemas de un relativismo cultural llevado al extremo, a su uso “dogmático”, lo que conlleva que el anhelado sueño de interculturalidad –la comunión de las culturas a partir de su mutua comprensión y aceptación-- se quede en mera quimera, siendo la consecuencia más grave que se elimina la posibilidad de toda antropología y filosofía que traten versar de lo humano, pues lo más que se podría hacer entonces es un “archivo” antropológico, que conste de “biografías culturales” que a la vez sólo podrían ser comprendidas desde dentro de las propias culturas sin posibilidad alguna de ser comparadas. Por ello es que se sugiere una “superación del relativismo cultural” siendo  dos pilares los que se tienen que derrumbar: la indeterminación natural del ser humano y el escepticismo de éste para conocer las distintas culturas. En el trabajo “Para una superación del relativismo cultural”, nos dice Javier San Martín que para ello se requiere la liberación del ser humano concreto respecto a la cultura, es decir, como ya se vio, el hombre está determinado socio-culturalmente, y por ello mismo no puede ir más allá de aprehender el mundo respecto a sus propias categorías culturales o quedarse totalmente imposibilitado para hacer algo respecto a las demás culturas, pero la libertad del hombre concreto sería trascender sus propios esquemas y prejuicios y por tanto poder lograr una ciencia de lo humano. Sin embargo no nos dice San Martín cómo sería posible esta liberación o trascendencia, ¿acaso un cosmopolita podría representar esta condición?, ¿sería posible seguir existiendo como ser social (reconocido al menos como tal) al no encontrarse en ninguna cultura? –Partiendo de la idea de que toda sociedad esta impregnada por cultura (“todo es cultura” como menciona San Martín), o más bien rasgos culturales, y éstos a su vez no subsisten por sí sólos sino que se dan en determinada sociedad a través de sus individuos; por tanto un sujeto libre de su sociedad y de cualquier otra, sin rasgos culturales definidos, ¿seguiría siendo un ser en sociedad o más bien a-social, y en ese caso, cómo se relacionaría con los demás seres, ya sociales, o a-sociales?
Dejando de lado estas interrogantes, los otros aspectos que propone San Martín para la superación del relativismo es un funcionalismo a través del cual se puedan relacionar los elementos de la configuración cultural suponiendo la existencia de condiciones necesarias para las sociedades, es decir, busca elementos fundamentales, que vienen a ser esa especie de estructuras elementales a las que ya hacía referencia, aunque la dificultad aquí radica en encontrar y distinguir esas variables considerando además que no se trata de sistemas estáticos, sino en continuo movimiento. Algo similar pretende otro medio que es el de comparar para después clasificar y codificar datos, pretendiendo llegar así a la obtención de esos rasgos que son generales a todas las culturas, pero esto resulta algo prácticamente imposible pues tendrían que conocerse e investigar todas las culturas existentes en el mundo para llegar a una clasificación tal que sea conveniente a todas, y esto sin contar las dificultades sociales, geográficas, temporales, etcétera, que se puede encontrar un investigador al pretender realizar tal tarea. Si se concluyen datos generales de unas 50 culturas distintas que apenas representen la mitad de todas las existentes, no se logra demasiado, al menos para establecer universalidades.
Finalmente, los “universales culturales” terminan siendo situados en universales “biológicos, psicológicos y socio-situacionales” siendo los datos biopsíquicos y biosociales los que, a parecer del autor, terminan imponiendo “ciertas determinaciones a la cultura”, (SAN MARTÍN, 2009, p.167), pero eso es reducir todo a una perspectiva biologicista, donde entonces regresamos a la perspectiva del ser humano como especie animal, y su cultura resulta de las determinaciones de la Naturaleza. Las necesidades fisiológicas que hacen al hombre comportarse de cierta manera respecto a la naturaleza para satisfacer estas necesidades, no vendrían a ser más que una variable del comportamiento de otros animales frente a mismas necesidades. Las motivaciones psicológicas que impulsan a los seres humanos no podrían ser fundamentadas como exclusivamente propias del hombre, o en todo caso tampoco podrían librarse de ser originadas bajo el seno de ciertas circunstancias o determinado contexto. Las cosas así, el relativismo cultural se vuelve un tema polarizado, en el que habrá que aceptar la completa relatividad cultural o una determinación natural universal (con relación a los “universales culturales” que se basan fuertemente en aspectos fisio-biológicos), pues Naturaleza y Cultura serán una contradicción, un conflicto, siempre que pretendan aparecer abrazadas.