Escrito por Jairo Vladimir Sandoval Mora
El relativismo cultural gnoseológico se
muestra como una etapa del rodeo antropológico necesario para superar el
problema de la antropología cultural, pero a la vez, se constituye en un
problema epistemológico y por tanto de toda ciencia o disciplina que pretenda
versar sobre lo humano. Es claro que los aspectos biológicos que nos
constituyen como especie, no bastan para explicar cabalmente nuestra
“naturaleza humana”, aquella esencia
que además se encuentra de forma general en todos los hombres de distintas
culturas de todos los tiempos; pero acaso habría que preguntarse si verdaderamente
hay tal cosa como una esencia o una “naturaleza humana” común a todos los
hombres, y es precisamente esa cuestión la que pretende responder la antropología,
y específicamente la antropología cultural o social la que viene a dar una
respuesta, en base a la superación del problea planteado por el relativismo
cultural. Ahora, veamos en que consiste éste.
La antropología cultural como su nombre lo
indica, se refiere a las manifestaciones culturales de diversos pueblos u
organizaciones comunitarias, es por ende complementaria a una antropología
biológica en el sentido de que esta última corresponde a las generalidades
fisio-biológicas del ser humano mientras que la primera a sus características
específicas. Pero la antropología cultural no se limita a describir las
diferencias de cada grupo cultural específico, sino que su pretensión es crear
una ciencia de generalidades que explique y contenga a éstas, siendo haciendo
así una labor de interculturalidad, en el sentido de que ha de captar y
relacionar las diversas culturas existentes. Podemos ver que una antropología
así nos habla claramente de estructuras ya dadas, elementales, constituyentes
de la realidad cultural, por lo que se conforma un estructuralismo determinante
del ser humano. Pero en la antropología cultural juega un papel decisivo la
introducción del relativismo cultural, como una actitud del antropólogo o
investigador frente a los objetos de conocimiento, es decir las culturas, que a
la vez se constituyen en sujeto de su propia elaboración.
Según el relativismo, toda investigación
antropológica es relativa puesto que así mismo, toda cultura es relativa a
cualquier otra, esto es porque aparecen niveladas en un mismo plano de validez,
al negarse la noción de progreso y por tanto del evolucionismo como manera de
distinguir civilizaciones “avanzadas” de las “primitivas”.
Al ser los procesos históricos concretos que
sufre cada particular sociedad determinantes para su configuración cultural, y
cada uno de estos procesos históricos aparece como único e irrepetible, no
puede haber punto de comparación de una civilización con otra, por no haber
formado parte de las mismas circunstancias y procesos, y por ello cada grupo se
haya configurado de manera particular y distinta entre sí. La comprensión de
las particularidades de cada sociedad nos lleva a aceptar su condición de
validez e igualdad en el sentido de que no hay una cultura mejor o peor (que la
nuestra o la del antropólogo que se constituya como “sujeto”). La antropología
social tal como se formó en sus inicios toma una postura un tanto despótica
entonces, pues ésta surge bajo la perspectiva de los conquistadores sobre los
conquistados, haciendo a estos verdaderos objetos de análisis y estudio,
considerando su cultura como atrasada, primitiva, débil, etcétera, ejerciendo
una relación con los otros (que no pertenecen a la “cultura occidental”) que se
torna política, al ser considerados estos “superiores”, y aquellos,
“inferiores”.
Pero bien, desde la negación del progreso en
la historia universal para los distintos grupos culturales, se establece una
igualdad extrínseca para todos, mientras que a la vez solo hay un
condicionamiento intrínseco en cada grupo que marca diferencias, pero no
rangos, e incluso, dentro del mismo grupo es igualmente válida esta
aseveración, pues así como cada sociedad se ve particularizada por circunstancias históricas-geográficas, cada
individuo a su vez posee un contexto propio que lo sitúa en una misma
relatividad respecto a los demás. Claro que este punto viene a ser discutido y
hasta negado, estableciendo que el hombre concreto en realidad esta determinado
respecto a la estructura social en la que vive, lo cual nos lleva a un
importante binomio: el hombre es libre respecto a la naturaleza y no cuenta con
aquello que se llama “naturaleza humana”, es indeterminado naturalmente; y por
otra parte, el hombre no es libre respecto a la cultura en que vive, pues está
inmerso y sujeto a las configuraciones de ésta, no pudiendo hacer más que
actuar acorde a las determinaciones socio-culturales.
El relativismo cultural tiene principalmente
dos vertientes, la epistemológica y la axiológica. Dentro de la primera, el
antropólogo aparece como un sujeto que para conocer y comprender las otras
culturas ha de despojarse de sus criterios propios de la cultura en que él está
inmerso. Es decir, no se puede analizar una cultura desde afuera, con esos
prejuicios “etnocentristas”, pues entonces estaríamos aplicando categorías
válidas para nuestra cultura pero que no servirían mucho para explicar una
ajena. E incluso, esta actitud relativista llevada al extremo –en lo que se ha
dado por llamar el relativismo dogmático—situaría al antropólogo en la
condición de que su cultura es una entre tantas otras sin ningún rango de
valor, y entonces tendría que empezar estudiando su propia cultura (que también
es relativa) y después partir a las demás, sólo para ver que no es posible una
comprensión total de una cultura desde fuera, y que se tiene que estar inmerso
en el contexto de ésta para aprehenderla cabalmente, aunque esto implicaría
entonces –como hace graciosamente mención el autor del texto—dejar de ser un
antropólogo o investigador explicando una cultura para pasar a ser miembro de
esta cultura, y por tanto ya no sería un antropólogo, cayendo en esa suerte de
“canibalismo espiritual”.
Desde el punto de vista axiológico, se ve que
ninguna cultura puede ser superior a otra, y por tanto no es posible hablar
sobre categorías morales o éticas más válidas unas que otras. Esto situaría al
investigador en el problema de entablar juicios éticos respecto a determinadas
conductas de poblaciones específicas, que si para éstas pueden ser códigos
morales, para el investigador y su cultura pueden aparecer como inmorales,
viciando así su investigación con prejuicios éticos. La ley que se impone en el
relativismo es la tolerancia, como máxima entre sujetos de culturas diferentes,
simplemente el respetar las diferencias, siempre que estas no rompan con la
misma ley de tolerancia, pero entonces el problema podría ser caer en una
espiral de intolerancias, ya que se
exige no ser tolerante con aquello que rompe “el marco de convivencia”, y así
se puede suceder de intolerancia a intolerancia.
Como se ve, esos son los principales problemas
de un relativismo cultural llevado al extremo, a su uso “dogmático”, lo que
conlleva que el anhelado sueño de interculturalidad –la comunión de las
culturas a partir de su mutua comprensión y aceptación-- se quede en mera
quimera, siendo la consecuencia más grave que se elimina la posibilidad de toda
antropología y filosofía que traten versar de lo humano, pues lo más que se
podría hacer entonces es un “archivo” antropológico, que conste de “biografías
culturales” que a la vez sólo podrían ser comprendidas desde dentro de las
propias culturas sin posibilidad alguna de ser comparadas. Por ello es que se sugiere
una “superación del relativismo cultural” siendo dos pilares los que se tienen que derrumbar:
la indeterminación natural del ser humano y el escepticismo de éste para
conocer las distintas culturas. En el trabajo “Para una superación del
relativismo cultural”, nos dice Javier San Martín que para ello se requiere la
liberación del ser humano concreto respecto a la cultura, es decir, como ya se
vio, el hombre está determinado socio-culturalmente, y por ello mismo no puede
ir más allá de aprehender el mundo respecto a sus propias categorías culturales
o quedarse totalmente imposibilitado para hacer algo respecto a las demás
culturas, pero la libertad del hombre concreto sería trascender sus propios
esquemas y prejuicios y por tanto poder lograr una ciencia de lo humano. Sin
embargo no nos dice San Martín cómo sería posible esta liberación o
trascendencia, ¿acaso un cosmopolita podría representar esta condición?, ¿sería
posible seguir existiendo como ser social (reconocido al menos como tal) al no encontrarse
en ninguna cultura? –Partiendo de la idea de que toda sociedad esta impregnada
por cultura (“todo es cultura” como menciona San Martín), o más bien rasgos
culturales, y éstos a su vez no subsisten por sí sólos sino que se dan en
determinada sociedad a través de sus individuos; por tanto un sujeto libre de
su sociedad y de cualquier otra, sin rasgos culturales definidos, ¿seguiría
siendo un ser en sociedad o más bien a-social, y en ese caso, cómo se
relacionaría con los demás seres, ya sociales, o a-sociales?
Dejando de lado estas interrogantes, los otros
aspectos que propone San Martín para la superación del relativismo es un
funcionalismo a través del cual se puedan relacionar los elementos de la
configuración cultural suponiendo la existencia de condiciones necesarias para
las sociedades, es decir, busca elementos fundamentales, que vienen a ser esa
especie de estructuras elementales a las que ya hacía referencia, aunque la
dificultad aquí radica en encontrar y distinguir esas variables considerando
además que no se trata de sistemas estáticos, sino en continuo movimiento. Algo
similar pretende otro medio que es el de comparar para después clasificar y
codificar datos, pretendiendo llegar así a la obtención de esos rasgos que son
generales a todas las culturas, pero esto resulta algo prácticamente imposible
pues tendrían que conocerse e investigar todas las culturas existentes en el
mundo para llegar a una clasificación tal que sea conveniente a todas, y esto
sin contar las dificultades sociales, geográficas, temporales, etcétera, que se
puede encontrar un investigador al pretender realizar tal tarea. Si se
concluyen datos generales de unas 50 culturas distintas que apenas representen
la mitad de todas las existentes, no se logra demasiado, al menos para
establecer universalidades.
Finalmente, los “universales culturales”
terminan siendo situados en universales “biológicos, psicológicos y
socio-situacionales” siendo los datos biopsíquicos y biosociales los que, a
parecer del autor, terminan imponiendo “ciertas determinaciones a la cultura”, (SAN
MARTÍN, 2009, p.167), pero eso es reducir todo a una perspectiva biologicista,
donde entonces regresamos a la perspectiva del ser humano como especie animal,
y su cultura resulta de las determinaciones de la Naturaleza. Las necesidades
fisiológicas que hacen al hombre comportarse de cierta manera respecto a la
naturaleza para satisfacer estas necesidades, no vendrían a ser más que una
variable del comportamiento de otros animales frente a mismas necesidades. Las
motivaciones psicológicas que impulsan a los seres humanos no podrían ser
fundamentadas como exclusivamente propias del hombre, o en todo caso tampoco
podrían librarse de ser originadas bajo el seno de ciertas circunstancias o
determinado contexto. Las cosas así, el relativismo cultural se vuelve un tema
polarizado, en el que habrá que aceptar la completa relatividad cultural o una
determinación natural universal (con relación a los “universales culturales”
que se basan fuertemente en aspectos fisio-biológicos), pues Naturaleza y
Cultura serán una contradicción, un conflicto, siempre que pretendan aparecer
abrazadas.