Escrito por Ximena Torrescano Lecuona
Hasta el momento se ha tratado de dilucidar
durante las clases si es que existe
validez en la disciplina de la antropología filosófica. Se ha visto ya
que las naturalezas de estudio tanto de la antropología como de la filosofía
difieren en tanto que el objeto a que aspiran es diferente, lo cual
problematiza la conjunción de ambas vías. Es así como la polémica continúa
exacerbándose mientras antropólogos y filósofos se descarnan unos a otros. Levi
Strauss, por ejemplo, es criticado por Edmund Leach al mostrar en el
estructuralismo una tentativa para abarcar el estudio del hombre en tanto que
se encuentra sujeto a leyes generales. Lo cual de por sí implica ya una
contradicción, según Leach. Sin embargo,
y como ya lo he comentado en el escrito anterior, me parece que es el
estructuralismo un andamiaje sobre el cual pueden sujetarse ambas ciencias. Más
tarde mencionaré porqué.
De cualquier manera la lucha agonística
continúa, sumándose a ella Franz Boas, antropólogo estadounidense que abogará
por un particularismo que de ninguna manera puede pretender aspirar a un inter
o transculturalismo en tanto que cada cultura pertenece a un conjunto unitario
relativo a una historia particular y a un medio determinado. Siendo así que el
individuo es configurado o educado en el modo de actuar y pensar dentro de su
cultura, de modo que su pensamiento estará centrado en torno a su etnia. El ser
humano es etnocéntrico necesariamente. Es en este punto donde considero que
Franz Boas ataca tanto a Strauss con su tentativa estructuralista como a todo
filósofo ya que reduce la posibilidad de conocimiento a un particularismo o
relativismo cultural del cual no puede escaparse.
Es así que el relativismo cultural posee una
tendencia historicista, pues lo que valora son las diferencias que se atribuyen
a distintos procesos históricos, comprendiendo y evaluando cada fenómeno en
términos de la cultura de la que forma parte, por lo que el individuo y su
propia escala axiológica quedarían a su vez sujetos a dicha contingencia de la
historia.
En este punto me muestro completamente
reactiva y desdeño a la antropología en tanto que no muestre un enfoque
filosófico, pues, ¿cómo pretender una
sana armonía humana si el relativismo axiológico se valida? Es decir, no
podemos reducirlo todo a un insuperable relativismo contingente y sujeto a la
época y la geografía en la cual suceden los hechos, pues de este modo cualquier
atrocidad está justificada en tanto que la moral se encuentra sujeta al
individuo que pertenece a determinada cultura. Entonces, encuentro en Boas una
antropología llevada a sus últimas consecuencias. Una antropología que se
aniquila a sí misma. Si bien es cierto que el relativismo cultural es un
antídoto contra el entocentrismo cabe preguntarse si resulta más benéfico el
considerar entonces toda actividad cultural como igualmente válida o plausible
en un marco ético.
Por lo tanto difiero de la opinión de Boas en tanto que toda emisión gnoseológica y axiológica deba ser juzgada desde su propia incubadora; sólo valido al relativismo cultural como el paso primero que permitirá acceder al estudio de las variables culturales para encontrar patrones generales. Tal como lo sugiere el estructuralismo. Me muestro, entonces, a favor de una solidaridad parcial con el relativismo cultural. Pues si bien es cierto que este relativismo es necesario para la construcción de la antropología como ciencia, me muestro en completo desacuerdo cuando el antropólogo viene pasándose por el arco del triunfo cualquier consideración axiológica. Me resulta deplorable que Boas descalifique toda tentativa de encontrar un “metron” axiológico normativo y que opte por escaparse por la tangente al solicitar tolerancia con el relativismo. ¿Entonces qué? ¿El sacrificio, la guerra, la lapidación y demás prácticas deben ser contempladas y aplaudidas por mostrarse como variantes legítimas de la interpretación del mundo?
Definitivamente no. Es ahí donde la filosofía
debe entrar con más incisión que antes; en un arduo intento por buscar (los
ideales si se les quiere llamar así) de
lo que es bueno o malo como practica dentro de una sociedad. Aspirar a patrones
generales que trasciendan los meros hechos empíricos de cada cultura. De otro
modo, la antropología se configuraría en ideología de imposición a la orden de
tentativas imperialistas. Pues imperará la cultura que más poder de imposición
tenga sobre otras, en tanto que todo “es admisible” y debe tolerarse.
Es así que veo a la antropología, (de por sí
problematizada por la multitud de etnografías) como una suerte de máscara sutil
que recubre al colonialismo. En tanto que aparentemente aboga por una
tolerancia cultural pero a su vez válida cualquier actitud que una cultura
pueda tomar para con otras. Lo cual justifica, como lo mencione en líneas anteriores,
que la sociedad más poderosa impere sobre las demás, lo que a su vez nos remite
a un etnocentrismo ineludible.
Es por ello que no puede pensarse en una
antropología al margen de tentativas filosóficas. De lo contrario se estaría
incurriendo en un error garrafal y la convivencia humana quedaría sujeta al
marco de indeterminación, de por sí ya bastante amplio, de cada individuo; en
tanto ser contingente. Idea que
aborrezco.